Ingobernable

Él no quiso a nadie más desde que olvidó cómo querer. Se engañó. Se mintió a sí mismo.
No tuvo cuidado con las grietas en el suelo. Y para cuando se dio cuenta del daño que se estaba haciendo,
casi sin avisar, recibió un golpe difícil de esquivar. 

Su laberinto mental no era tan complicado como para ser cruzado, pero había perdido las ganas.
¿De qué servía el ánimo que le daban si la única persona que podía cambiarlo todo no estaba para aguantar su caída?
Era un ciclo que a duras penas lograba controlar.

Se sentía vacío: era como si un tren recorriese muchos kilómetros sin tener una estación segura en la cual detenerse.
Iba a clases y no encajaba. Pasó de estar en la cima a tener que mendigar algo de cariño.
Veía el vaso medio desbordado. 

A veces no entendía nada. Otras veces no quería tomarse la molestia: sólo dejar que doliera. 
Básicamente todo giraba entorno al dolor. Dolió tanto que se fue sintiendo a gusto.
Dolió de una extraña manera porque cada día iba aprendiendo un poco más. Una cosa llevaba a la otra.

Casi no hablaba. Su humor iba en descenso. Se estaba convirtiendo en alguien que jamás había imaginado,
y ni siquiera gracias a él, ¿o sí era por su culpa? Después de todo, toda persona debería tener poder absoluto sobre su vida.
Pero de cualquier forma, ya no era dueño de sí mismo. Se sentía incapaz de cambiar las cosas.
Luchó tanto tiempo por cuidar algo a lo que era ajeno que acabó por alimentar un desastre. 

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