Ver lo malo de buena manera

La miré y le dije que todo estaría bien, aunque ni yo tenía certeza de lo que le estaba diciendo. Le repetí una y otra vez que confiara en mí, que no la iba a abandonar. Puede que le haya mentido (en estos tiempos una mentira puede salvarte la vida) y que luego yo me sintiese patético y avergonzado, pero ella estaba contenta: estaba feliz por el simple hecho de sentirse segura. La verdad es que nada más me importaba. No me importaba si yo era infeliz. Siempre preferí sacarle muchas sonrisas y que su luz iluminara un poco mi camino. 

Ella bailaba sin música. Era magia, lo juro, era mágica. Su belleza era muy obvia, y a veces cerraba los ojos por temor a no poder salir de su jaula. Pero me gustaba: me gustaba sentirme encerrado y sin salida, aunque no tuviese un porqué lógico. Simplemente quería ser parte de su tristeza, de su forma de hacer reír, de su manera de disfrutar la vida. 

Yo estaba sentado frente a ella y no podía dejar de mirarla, tanto así que se tornó incómodo. Qué patético eres me decía a mí mismo, pero era inevitable. Ya había caído y alejarme sería un suicidio. 

  ¿Qué haces? me dijo un poco extrañada.

No sabía qué contestar. Quería largarme, quedarme, besarle. Quería tantas cosas que no hacía nada: me ahogaba.

  Me estoy quedando, es todo. —dije yo mientras los nervios me devoraban por dentro.

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