Volcán helado

Soy como un cenicero recogiendo las penas de quienes
fracasan muchas veces en la vida. 
No escapo de los problemas: dejo que me golpeen. 
Soy bueno escuchando, pero también lo soy interrumpiendo y siendo un idiota. 
No digo «adiós», 
                            digo «hasta luego».
Lo intento hasta conseguirlo y lo destruyo hasta que
se convierta en
                         parte de mí. 
No hablo más de la cuenta, pero sé contar historias tristes sobre
el paso del tiempo.
Sueño hasta que la alarma me arma un escándalo.
Soy demasiado terco,
tanto que no doy la razón a quien la merece.

Soy como el frío,
agradable casi siempre,
pero el invierno hace que queme todo lo que toco.

Me inspira la noche,
la tristeza,
la soledad,
el café,
los besos,
el destino,
los errores cometidos,
las bonitas personas que me hacen creer que
aún existe gente buena,
la vida en general (con sus buenas y malas etapas).

Puedo estar triste y
sentirme asfixiado por mis dudas,
pero me lo guardo para mí,
para que duela de la manera correcta: desde dentro.
Hago autostop conmigo mismo,
esperando que entre en razón
y deje de estar ciego
ante todo lo bueno que tengo a mi alrededor.

Los volcanes estallan por aguantar más de la cuenta,
y yo,
que llevo tanto tiempo soportando
a mis demonios,
en cualquier momento cedo mi puesto
a alguno de ellos.

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