El borracho más guapo del bar
Eran las 11
p.m. y todas las personas que estaban en aquél bar se habían largado a sus
casas, a hoteles, a la playa, a los albergues, a los parques... yo qué sé.
Entonces uno de los camareros se me acercó y me dijo:
—Hombre,
tienes que largarte de aquí —golpeó mi mesa.
—¿Que tengo
que largarme? —levanté la mirada.
—Sí, vete de
aquí. Ya no queda nadie.
—Pero si aún
están ustedes dando vueltas por todo el bar —dije mientras bebía mi cerveza.
—Por tu
culpa aún no hemos cerrado y ya es muy tarde —se subió las mangas de la
camisa—. Largo de aquí.
Yo no sabía
qué le estaba sucediendo a aquél sujeto. Quizá había tenido una mala noche, eso
podía entenderlo, pero lo que no aceptaba era que me tratase de esa manera. Le
di el último trago a mi cerveza y le dije:
—¿Qué sucede
contigo, traga madera? ¿Acaso no sabes quién soy yo? —lo miré con cara de
enojo, aunque por dentro estaba por reírme en su cara.
—Sí sé quién
eres —sonrió—. Eres un payaso.
—¿Un payaso
dices? —sonreí yo también.
—Lárgate de
aquí, pedazo de borracho.
—¡Que aún
queda gente! Quiero otra cerveza, y ésta que esté helada.
El sujeto no
dijo nada y se alejó. «Eso era todo. Ya me traerá mi cerveza», pensé. Pero
volvió en muy poco tiempo y trajo consigo a dos compañeros.
—Así que
ustedes son muy hombrecillos, ¿no es así? —me levanté de la silla y me di
cuenta cuán ebrio estaba. Casi no podía mantenerme de pie.
—Tienes que
irte, anciano —dijo uno de los otros sujetos, uno de barba roja.
—¿Anciano
yo? Pero si soy el más guapo en este horrible bar —escupí el suelo, por lo cual
los tres sujetos se enojaron mucho más y el otro que faltaba, uno que era
calvo, me tomó de la camisa.
—Mira,
jodido viejo, tienes que irte antes de que te rompa la cabeza —me dijo el
calvo.
—No me iré
hasta saber cómo es que alguien tan rudo terminó siendo calvo y feo —le dije
arriesgando mi vida.
—Estás
muerto —dijo el calvo mientras me propinaba muchos golpes, pero yo no sentí
ninguno de ellos hasta que los tres comenzaron a golpearme.
—Son unos
cobardes —alcancé a decir.
—Cierra la
boca, payaso —dijo el primer sujeto con el que había hablado.
—Esto ganas
por pasarte de gracioso —dijo el sujeto de barba roja.
—Afuera,
vamos a tirarlo a la calle —dijo el hombre calvo.
Y así fue.
Los tres me levantaron como pudieron y me lanzaron fuera del bar. Caí al suelo
como cae un saco lleno de papas. Me golpeé la cabeza y la espalda, aunque el
dolor lo sentí al día siguiente. Me habían echado de mi bar favorito, aunque el
mismo fuese una pocilga llena de hombres tristes y borrachos.
Sí, me
habían tratado mal y me habían golpeado, pero al menos no me cobraron las
cervezas que esa noche me tomé. Me levanté como pude y me fui caminando a mi
casa con una sonrisa en la cara por haber tomado muchas cervezas gratis.
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