Octubre


Su melena pelirroja llamó mi atención. Ella se veía muy alegre, como si siempre estuviese celebrando que estaba viva, pero dentro de mí sabía que escondía algo. Me dije a mí mimo que no debía comprometerme en los asuntos de otras personas, pero era tan bonita que quería saber qué le sucedía y tratar de ayudarla de alguna manera.

La observé por varios días cual psicópata nunca lo notó y la cuidaba sin que supiera que yo existía. Ella reía y reía con sus amigos: era preciosa. Estuve manteniendo mi distancia porque no quería parecer molesto, pero allí me encontraba protegiendo a alguien que no me correspondía ni tenía nada que ver conmigo. Me pareció muy extraño que anteriormente no me hubiese fijado en ella, pues ambos estuvimos estudiando en la misma universidad, a pesar de que ella estaba cursando un semestre más que yo.

Y así pasaron dos semanas en las cuales estaba deseando poder acercarme a ella, pero no tenía las agallas para hacerlo. En ese tiempo yo estaba saliendo con una chica llamada Gall: no era nada en especial, sólo nos estábamos conociendo un poco, pero no me sentía cómodo teniendo mis pensamientos en otra persona.

Una noche, tres semanas después de haberla visto por primera vez, yo estaba junto a Gall y de pronto ella apareció frente a mí con sus amigos; estaba muy bonita. Gall hablaba y hablaba y hablaba, yo sólo afirmaba y miraba a esa misteriosa chica: necesitaba saber quién era.
              
—¿Sabes quién es ella? —interrumpí a Gall, ignorando lo que estaba diciendo.
 —¿A quién te refieres? —contestó.
—A aquella chica de cabello rojo —señalé con la mirada—, me parece conocida.
—Se llama Ramilegna, estudia conmigo.
—Ya. ¿Me la presentas? —me arriesgué a preguntar a riesgo de meter la pata.
—Claro, voy a llamarla —dijo perezosamente. Y soltó un grito con su nombre. La chia volteó y se acercó a nosotros. Yo estaba muy nervioso, no creía lo que estaba sucediendo. Siempre fui muy indiferente, pero es que aquello se salía totalmente de mis manos. Ya no podía huir.
—Quiero presentarte a un amigo —dijo Gall señalando hacia donde estaba yo.
—¡Hola! Soy Ramilegna —dijo mientras intentaba intimidarme con la mirada, lo cual la hacía ver mucho más atractiva.
—Yo soy Najea —dije con firmeza. Ella sonrió.
—Qué raro nombre —soltó una suave risa—, aunque el mío tampoco es muy normal que digamos.
—Es cierto —dije con más confianza—, pero me gusta, jamás había conocido a alguien que se llamase así.
—Bueno, dudo mucho que se me olvide cómo te llamas.

Y antes de que yo pudiese decir otra cosa, sus amigos la llamaron y tenía que irse . Gall no dijo nada de nada, sólo obvió aquél momento y luego nos despedimos. Yo no me sentía apenado, pues al fin y al cabo, ella no me interesaba tanto como la chica a la que acababa de conocer.

Ramilegna, qué bonito nombre —pensé. Y me fui a casa.

Al día siguiente, llegué más temprano que de lo habitual a la universidad, por lo cual tuve que esperar para entrar a la clase. Estuve sentado frente al cafetín como por quince minutos, volteé a mi derecha y Ramilegna estaba caminando en dirección a mí. Me puse muy nervioso. No sabía qué hacer, pero ante todo, no entendía qué carajos sucedía conmigo como para actuar de esa manera tan novata. Tenía que pensar rápido, se acercaba muy deprisa. La detuve justo antes de que entrase a la universidad y la saludé con un beso en la mejilla.

—Hola —dije nervioso.
—Hey, ¿qué tal? —dijo muy segura de sí misma.
¿Quieres un café? —jugué la primera carta que encontré en mi mazo.
—Claro, está bien —en su cara de dibujó una sonrisa bastante bonita.
—Genial —dije cual niño feliz en un parque de diversiones. Nos acercamos al cafetín y pedí dos cafés.
—¿Cómo tomas tu café? —pregunté.
—Late Vainilla —contestó.
—Vale, muy bien.

Ordené su café y un Cappuccino para mí. Tomamos asiento y busqué las maneras para saber más sobre ella. Parecía una chica fría, como si nada la hiciese dudar de sus ideologías y pensamientos. Hablamos un poco de películas —era algo lógico, pues ambos estábamos estudiando Artes Visuales—, de música, de la carrera universitaria, pero nada de nosotros.

Todavía no —me dije a mí mismo.

El café duró lo mismo que nuestra conversación, pues teníamos que ir a nuestras clases, pero sí que disfruté de esa pequeña charla junto a ella. Nos levantamos y fuimos a nuestras aulas. Yo me quedé en el piso uno y ella subió al dos. No pude evitar mirar su bonito trasero mientras subía por las escaleras.

Gracias por esto, Octubre —pensé. 
 

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