Octubre
Su melena pelirroja llamó mi atención. Ella se veía muy alegre, como si siempre estuviese celebrando que estaba viva, pero dentro de mí sabía que escondía algo. Me dije a mí mimo que no debía comprometerme en los asuntos de otras personas, pero era tan bonita que quería saber qué le sucedía y tratar de ayudarla de alguna manera.
La observé por varios días cual psicópata —nunca lo notó— y la cuidaba sin que supiera que yo existía. Ella reía y reía con sus amigos: era preciosa. Estuve manteniendo mi distancia porque no quería parecer molesto, pero allí me encontraba protegiendo a alguien que no me correspondía ni tenía nada que ver conmigo. Me pareció muy extraño que anteriormente no me hubiese fijado en ella, pues ambos estuvimos estudiando en la misma universidad, a pesar de que ella estaba cursando un semestre más que yo.
Y así pasaron dos semanas en las cuales estaba deseando poder acercarme a ella, pero no tenía las agallas para hacerlo. En ese tiempo yo estaba saliendo con una chica llamada Gall: no era nada en especial, sólo nos estábamos conociendo un poco, pero no me sentía cómodo teniendo mis pensamientos en otra persona.
Una noche, tres semanas después de haberla visto por primera vez, yo estaba junto a Gall y de pronto ella apareció frente a mí con sus amigos; estaba muy bonita. Gall hablaba y hablaba y hablaba, yo sólo afirmaba y miraba a esa misteriosa chica: necesitaba saber quién era.
—¿Sabes quién es ella? —interrumpí a Gall, ignorando lo que estaba diciendo.
—Claro, voy a llamarla —dijo perezosamente. Y soltó un grito con su nombre. La chia volteó y se acercó a nosotros. Yo estaba muy nervioso, no creía lo que estaba sucediendo. Siempre fui muy indiferente, pero es que aquello se salía totalmente de mis manos. Ya no podía huir.
Y antes de que yo pudiese decir otra cosa, sus amigos la llamaron y tenía que irse . Gall no dijo nada de nada, sólo obvió aquél momento y luego nos despedimos. Yo no me sentía apenado, pues al fin y al cabo, ella no me interesaba tanto como la chica a la que acababa de conocer.
Ramilegna, qué bonito nombre —pensé. Y me fui a casa.
—Hola —dije nervioso.
Ordené su café y un Cappuccino para mí. Tomamos asiento y busqué las maneras para saber más sobre ella. Parecía una chica fría, como si nada la hiciese dudar de sus ideologías y pensamientos. Hablamos un poco de películas —era algo lógico, pues ambos estábamos estudiando Artes Visuales—, de música, de la carrera universitaria, pero nada de nosotros.
Todavía no —me dije a mí mismo.
El café duró lo mismo que nuestra conversación, pues teníamos que ir a nuestras clases, pero sí que disfruté de esa pequeña charla junto a ella. Nos levantamos y fuimos a nuestras aulas. Yo me quedé en el piso uno y ella subió al dos. No pude evitar mirar su bonito trasero mientras subía por las escaleras.
Gracias por esto, Octubre —pensé.
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